Yo cerré los ojos e inmediatamente me imaginé el montaje inicial de El diablo viste de Prada. Al abrir los ojos, me dirigí a la chica que estaba a mi lado y le pregunté qué había visto. En aquel momento, veía el mundo en blanco y negro. Hay chicas solteras y chicas con novio, pensaba yo. Yo era definitivamente una chica soltera. Al pasar por el instituto, mis compañeros empezaron a tener sus primeras relaciones. Ser deseable me parecía insondable. Yo era demasiado ruidosa y codiciosa, siempre con un pie fuera de la puerta, dispuesta a seguir adelante. Me despierto, me siento en mi mullido taburete para maquillarme, bebo batidos con mis compañeras de piso vestidas de Gymshark y cojo el tren ligero para ir a la ciudad.
En las etapas iniciales de una relación, es absolutamente normal ver todo color de rosa. Pero a algunas personas, el color rosa no les permite ver que la relación no es tan sana como debiera. Toma jalón de la sensación de que tus pies no tocan el suelo y piensa si tu relación tiene estas cualidades: Respeto mutuo. Es normal sentirse un poco celoso de vez en cuando; los celos son una efecto natural. Pero lo importante es cómo reacciona la persona a los achares. No hay manera de tener una relación sana si no confían el uno en el otro. Tu galán no solo debe apoyarte en los malos momentos. En tu relación, es necesario dar y recibir.
Supongo que hasta ese momento habia permanecido en el limbo de la limpieza, pero no tengo recuerdos de aquella pristina edad relacionados con mi anécdota sexual. Mi primera experiencia consistió en tragarme casualmente una pequeña muneca de baquelita, de esas que ponian en las tortas de cumpleafios. Las niñas de mi generacién carecíamos de olfato sexual, eso lo inventaron Master y Johnson mucho después. La explicacion ancestral era la cigueña, que traía los bebés de Paris, y la moderna era sobre flores y abejas. Mi madre era moderna, pero la relación entre el polen y la muñeca en mi barriga me resultaba algo clara. A los siete años las monjas me prepararon para la primera comunión. Antes de recibir la hostia consagrada había que confesarse. Me llevaron a la iglesia, me arrodillé temblando en un confesionario sepulcral, separada del sacerdote por una polvorienta cortina de felpa negra, y traté de asemejarse mi, lista de pecados. El abad espero un tiempo prudente y después tomo la iniciativa.