Cesó el canto. Soledad estaba visiblemente conmovida, parecía que aquella canción despertaba en su mente un recuerdo doloroso. En efecto, por el momento triunfaron los recuerdos dulces de sus primeros años. Los viejos habían dejado de jugar, y mientras Eduardo y Cecilia felicitaban a Soledad por su canto, aquellos se acercaron al piano y dieron también su contingente de felicitaciones. Y era en efecto así; porque conociendo a su autor, sentía que su corazón destilaba el veneno de los celos cuando su mujer la cantaba. Sin poderse contener se puso a pasear por la sala con aire de mal humor, mientras que Alarcón hacía un paralelo entre el canto antiguo y el moderno, resultando la ventaja, como era de esperarse, a favor del primero. Pocos momentos después entró un criado con una bandeja llena de tazas de porcelana antigua, y ricas piezas de plata, que puso sobre la mesa del centro. El dueño de casa invitó a sus convidados a acercarse a tomar el té, lujo extraordinario en aquella época, pues el té era casi desconocido en Bolivia. En un instante la mesa fue rodeada.
Dos primos ambiciosos casados con dos hermanas millonarias. Un marido burlado que arrastra su propia fama de don Juan. Y una marquesa rubia, bella e insatisfecha en el centro de todo. Él tenía entonces 42 años, ella Era hija de un emisario, nieta del marqués de Santo Floro y bisnieta del conde de Romanones; en el apartado del papel cuché, su tía era Natalia Figueroa, esposa de Raphael, y a su matrimonio secreta en Venecia había acudido como invitada siendo niña. Como tenía que convalidar su carnet de conducir sacado en Estados Unidos, le aconsejaron que recurriese a Fernando Falcó, que época el presidente de RACE real auto club. Mónica Prado habría sido individuo de los pocos amores serios de la sin embargo muy surtida órbita amatoria de Fernando Falcó, considerado todo un playboy en su época. Época una señora bellísima, muy profunda y muy sensible.
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